De los planteamientos de la teoría de la complejidad, aprendemos que los ejercicios de la gestión y las políticas públicas deben reconocer y promover, a través de mejores diseños, la capacidad de autodirección de los agentes y las organizaciones, superando la tradicional práctica de predefinir desde la cúspide y desde el centro predeterminadas metas a través de predefinidas rutas. No menos trascendental es reconocer en toda intervención las características del entorno y utilizar la diversidad o heterogeneidad de los actores como un activo, en razón de que brindan robustez al sistema, permiten una mejor adaptación y promueven la innovación y la creatividad.